domingo, 27 de agosto de 2023

 Cuando amas a una vasija rota.

Un alfarero se enamoró de una vasija rota, todos los días la pulía con mucho amor y parecía que ya estaría lista, pero cada vez de ella se derramaba más agua, él con mucho esfuerzo hacía todo por restaurar la vasija, pero ella cada día solo se rompía más, al año de estar tratando y tratando de restaurar la vasija miró sus manos y estaban desechas, los pedazos toscos y cortantes de aquella vasija lo habían dejado gravemente herido, pero la vasija seguía rota, ¿todo su esfuerzo había sido en vano? No, cuando el alfarero paró con dolor a mirar sus manos rotas, la vasija por primera vez lo observó y sintió su ausencia, amaba tanto las manos del alfarero sobre sus rotas partes, que no quería ser otra más que esa vasija rota para que el alfarero tratara una y otra vez de componerla, mientras el alfarero confundido se alejaba, la vasija más lo anhelaba, pero como era una vasija rota no podía hacer volver al alfarero que tanto amaba, en su desespero por volver a tener las manos del alfarero, intentó gritar su nombre, pero estaba tan rota que prefirió callar y dejarlo ir, por primera vez en su vida, esa vasija rota no pensaba en el placer de tener las manos del alfarero sino en el bienestar de su amado alfarero, él había dado tanto y ella tan poco, que ahora no sabía qué hacer, estaba tan confusa, que por primera vez miró su rostro, por primera vez miró su cuerpo, por primera vez miró su alma y con dolor comenzó a quitarse uno a uno los horribles pedazos que dañaron a su amado alfarero, no estaba dispuesta a cortarlo más, fue un proceso largo y doloroso, pero cada día que la vasija arrojaba sus pedazos, dejaban ver una vasija nueva, una vasija más fuerte, que ya no se rompería tan fácil, anhelaba con todo su corazón que su alfarero la viera, que por un solo instante la tocara, pero él ya no estaba dispuesto a que le hicieran más daño, las heridas en sus manos habían sanado y tenía ahora unos fuertes callos, tenía ahora mucho miedo de la vasija por la que un día lo entregó todo y temía volverla a ver. La vasija por su parte renovada y recompuesta, cada día pensaba menos en aquellas manos tan deliciosas que un día la tocaron, el alfarero por su parte ya solo miraba vasijas perfectas, porque vez una vasija le dejó sus manos llenas de callos, sin embargo, extrañaba los momentos y el amor vivido con aquella vasija que lo hizo más fuerte. 

Ya restaurado y después de un tiempo, tuvo por fin el valor de volver donde estaba la vasija por la que tanto luchó, pues en el mercado de vasijas perfectas, no había solo una que se pudiera comparar a la vasija que él tanto amó, al entrar donde alguna vez estaba su amada vasija rota, vio la vasija más bella que muchos alfareros quisieron llevarse, pero ella no dejó, porque nadie era merecedor de esa vasija sino solo aquel que rompió sus manos para restaurarla una y otra vez, la vasija pacientemente espero las suaves manos del alfarero, pero ya no eran más las mismas manos que una vez la hicieron resquebrajarse de pasión, eran ásperas y toscas, como era ella cuando él por primera vez la vio, ¿pero si es éste mi alfarero? ¿Aquel que con tanto amor me tocaba y pulía cada una de mis partes?, no, ya no era el mismo, cada herida que le hizo ella al alfarero lo hizo más fuerte y ella temió, temió que el alfarero con sus manos toscas la pudiera romper de nuevo, ella no miraba que ese hombre estaba tan feliz de verla de nuevo, tenía miedo que ese alfarero le hiciera daño cuando sabía que nunca lo había hecho, recordó entonces cuando era una vasija rota y ella misma hizo heridas sobre su amado y se dijo a sí misma, si él no tuvo miedo de romper sus manos, yo no tendré miedo de romper mis piezas y fue así y solo así como el alfarero y la vasija pudieron completar su amor, ella aprendió a amar y respetar sus nuevas manos que no la querían soltar ni a sol ni a sombra, y él aprendió a tomarla con sus callos sin dañar sus delicadas partes.

Fin.

Eme Gómez.